top of page

El Lenguaje y la Politica del Saber


Hace ocho años, en abril del 2010, en un universo que ahora parece estar a años de luz de distancia, estaba terminando de escribir mi tesis de Master en Derecho. Hasta el día de hoy, en esos momentos en los que el pecho se me aprieta y siento que no soy capaz de hacer algo, vuelvo a hacer doble clique sobre el .pdf y gano coraje para enfrentar a lo que viene.

Hace unas semanas, en una charla académica sobre Género y Media, me preguntaron (y cuando digo me, quiero decir nos, pero así nos entendemos mejor), me preguntaron por qué es que nunca, pero nunca, escribimos textos académicos en la primera persona? En ese momento, en ese aula, temblando de frío y todavía mojada de la lluvia de invierno a la que no pude escaparme camino a la Universidad, se hizo claro algo en que había pensado confusamente tantas veces. Y me pregunté, una vez más, por qué es que no hay lugar para el Yo en la Academia? Por qué razón escribimos como escribimos en la Academia?

Si pensamos, como pienso, que el conocimiento es un arma política, la forma como elegimos transmitir ese conocimiento es igualmente política. Más que eso, la forma en que se nos permite transmitir ese conocimiento es igualmente política. Por otro lado, las implicaciones son infinitas, pero ya regresaremos aquí. Primero lo primero.

Si lo queremos explicar académicamente, el lenguaje académico está asociado a un nivel de competencia y dominio del lenguaje oral, escrito y visual, que se califica de elevado y que obedece a un conjunto de normas no escritas de construcción del texto y uso del mismo lenguaje. Si lo queremos dejar claro (y por claro quiero decir bien claro, porque así nos entendemos mejor), podemos pensar en el lenguaje académico como el verde camuflado del uniforme del soldado. Básicamente, el lenguaje académico es la ropa que los académicos e intelectuales le ponen a las palabras que dicen y a los textos que escriben y las disfracen, para que parezcan lo que deben parecer: verdaderas, importantes y dignas de reconocimiento.

Lo que pasa es que, aunque nos parezca una huevonada de intelectuales, el lenguaje académico es, hace ya muchos siglos, uno de los muchos muros que dividen el mundo.

Regresando al Derecho y a las implicaciones de todo esto, casi todos hemos tenido un momento en nuestras vidas en el que hemos sido obligados a leer algún tipo de documento legal. Y, con la hoja de papel en la mano o la pantalla de la computadora en frente, hemos leído y vuelto a leer las mismas líneas, una y otra vez, intentando hacer sentido de las palabras que veíamos pero que no podíamos entender. Si nos detenemos a pensar que tanto está poblado el universo del conocimiento de este extraño lenguaje que necesita camuflarse para poder ser dicho, nos damos cuenta de la cantidad de veces que este momento se repite.

Las formas de transmisión del conocimiento son infinitas, y muchas no se encuadran en contextos académicos u obedecen a sus normas. Pero, efectivamente, muchos de los temas y contenidos tratados en la Academia son relevantes para la sociedad en general. De esta forma, disfrazar al conocimiento y vestirlo de camadas de ropa que lo camuflan más y más, determina quién puede acceder a ese conocimiento y quien no puede. Aquí es que entra la política del lenguaje y, más que todo, la política de la Academia que sigue glorificando al lenguaje académico como el lenguaje necesario del conocimiento.

En 1998, Judith Butler une de les filosofes más importantes del siglo XXI ganó el “Bad Writing Contest” o “Concurso de Mala Escritura”. Lo ganó con una frase de cinco líneas que hasta el día de hoy sigo sin poder entender exactamente. Comentando el hecho de haber ganado el concurso, Butler dijo que los académicos están “obligados a cuestionar el sentido común (…) y a provocar nuevas formas de mirar un mundo que nos es familiar”. Para Butler, una escritura dicha difícil “fuerza el lector a parar y pensar sobre lo que se está diciendo y lo empuja a pensar sobre algo de forma diferente”.

Si pensamos mucho (y cuando digo mucho, quiero decir mucho, mucho, porque así lo entendemos mejor), hacer del lector un soldado que batalla contra las palabras camufladas de algo que no son exactamente, no nos empuja a descubrir un nuevo mundo de cosas que no sabíamos que podían existir. Los caminos hacia los pensamientos desconocidos que todavía no hemos tenido deben ser iluminados, para que veamos a la carretera, a nuestros pies caminando sobre la tierra y al paisaje que nos lleva hasta allá - cuando vemos el camino es que llegamos al destino.

En ese día de lluvia en que me preguntaron por qué es que nunca, pero nunca escribimos los textos académicos en primera persona, regresé a mi casa pensando en Roland Barthes, otre filósofe, y en “La Muerte del Autor” y como nunca, pero nunca me había asentado bien en el estómago lo que él decía. En su texto académico que no quería ser académico sino post-académico, Barthes dijo que “el texto es un tejido de citas provenientes de los mil focos de la cultura” y que “el lector es el espacio mismo en que se inscriben, sin que se pierda ni una, todas las citas que constituyen una escritura; la unidad del texto no está en su origen, sino en su destino, pero este destino ya no puede seguir siendo personal: el lector es un hombre sin historia, sin biografía, sin psicología; él es tan sólo ese alguien que mantiene reunidas en un mismo campo, todas las huellas que constituyen el escrito”.

Y en el viaje de metro de regreso a la casa me di cuenta, con un retraso de 500 años, que el “hombre” sin historia, sin biografía y sin psicología que lee los textos de los intelectuales franceses es ese Yo que hace falta a la Academia: ese Yo que no solo es hombre y que sí tiene historia, biografía y psicología, pero que cuando pasa de Lector a Autor no quiere camuflar a sus palabras y vestirlas de cosas que no son exactamente. Y lo que quiero decir no es que ese Yo tenga que pertenecer a la Academia para que sea conocimiento, pero muchas veces pertenecer a la Academia le haría conocido y, la verdad, es que hace falta conocerle y entender lo que está diciendo.

©2018 by but but magazine. Proudly created with Wix.com

bottom of page