Hay muertos que están vivos que tenemos que llorar. Muertes provocadas de vidas que quedan por vivir y de las cuales nos forzamos a llevar el luto.
Hace un tiempo leí en algún lugar que el dolor de una separación puede ser equivalente al de una muerte. Este casi fragmento de una idea devastadora se quedó conmigo, guardado en un compartimento no de mi cerebro, sino de mi estómago. En los meses que vendrían, lo sentiría dentro de mí, recordándome que yo era una de esas personas, esas que tiene a un muerto vivo en su universo. Pero no lo digerí. Lo fui dejando por ahí, esperando a que, en algún momento, los flujos ácidos de mi interior tuvieran la fuerza necesaria para destruirlo sin que yo tuviera que intervenir. Pero, como vine a descubrir, así no funciona el luto.
Las palabras que escribo hoy las escribo sin distancia, pero sin apego tampoco. En mi vida he perdido a más personas de las que alguna vez pensé conocer. Son varios los muertos vivos que cargo en el estómago. La rutina de perder te quita el apego, pero la incapacidad de enfrentarla me quita la distancia. Así que me quedo en el limbo, cargando a estas muertes provocadas sin saber muy bien qué hacer con ellas.
Leí también en otro lugar que para que volvamos a vivir, en algún momento, tenemos que dejar que nuestros muertos mueran y dejarlos ir. Pero nadie te dice exactamente como hacer eso. El dolor es raro, es una fuerza universal que mueve al mundo diariamente sin que nadie sepa exactamente cómo lidiar con él. Yo tampoco.
Me he estado despertando tarde. Más tarde de lo que podría revelar aquí sin sentir una cierta pena a que el buen gusto te obliga. Mientras duermo sé que las horas pasan sin que yo tenga que contarlas. Esas horas que paso dormida pasan por el mundo, pero no pasan por mí. Y yo prefiero que no pasen por mí, entonces me he estado despertando tarde.
Mi problema es que no se desistir de las cosas, incluso de las que ya no son cosas sino pasados que ya no existen, excepto como sentimientos dentro de los que los recuerdan de vez en cuando. Y mis muertos vivos siguen ahí. El luto es como un proceso de demisión que sigue hasta que cierras la puerta y dices he demitido. Esta poesía de los pretéritos perfectos compuestos es una tarea difícil de realizar. Hay que entrenarla a diario y yo me he estado despertando tarde, así que practico poco.
Mis muertos vivos ahí siguen, pasados imperfectos que ya no son pero tampoco ya fueron. No es que los quiera cerca mío, no es que los acaricie como una señora mayor que limpia los marcos de las fotos de su familia. A mis muertos vivos no les hablo ni los quiero, pero no los sé desaparecer. Ahí es que me doy cuenta de que no es que no sepa desistir de las cosas, sino que no las se enfrentar. Aunque quiera pensar en mí como ese ser que no desiste, la verdad de las cosas es que soy frágil e incapaz. Mi cobardía seguirá acomodando a mis muertos vivos en algún lugar de mis entrañas, hasta que mi inconsciente los devore o hasta que yo aprenda a luchar.