Todavía recuerdo el momento en el que supe que era feminista. No sabía que era el feminismo, ni podía ponerle una palabra a lo que sentía, pero en mi pecho se formó la semilla de algo que sigue creciendo hasta el día de hoy.
Cuando era niña, por alguna razón, corría más rápido que cualquier otra persona. Cuando corría, algo explotaba en mí. Gritaban – partida, largada, fugida – (portugués para algo que no sé cómo se traduce) y salía a toda velocidad.
Un día, en el primero o segundo de primaria, tuve que correr contra chicos de todas las clases, uno tras otro, porque ninguno creía que era posible que yo corriera más que ellos. Finalmente desistieron, después del cuarto o quinto ya no recuerdo, y ninguno más se acercó a competir. En ese momento supe que, aunque fuera la mejor haciendo algo, eso no bastaría, tenía que probarlo una y otra vez para que me creyeran.